Para hablar de la historia de la dieta mediterránea tenemos que viajar a la cuenca del Mediterráneo. A este lugar se le suele llamar la cuna de la civilización porque aquí fue donde se desarrolló la historia completa del mundo antiguo. Muchas civilizaciones nacieron, se desarrollaron y perecieron en este territorio. La dieta mediterránea se considera uno de los grandes logros salidos de dichas civilizaciones.
Con la gran cantidad de culturas que coexistían en la cuenca del Mediterráneo era normal que todo el lugar se volviera en una autopista para la interacción de alimentos y materiales culinarios. De la misma manera, la forma en que se cocinaban, producían y consumían fueron compartidas, creando nuevas iteraciones de las recetas ya establecidas.
En un inicio los agricultores locales comenzaron con cultivos de cereales y legumbres en Levante, región que abarca una gran cantidad de países como: Líbano, Israel, Palestina, Siria, Jordania e Iraq. Por su parte, los griegos, fenicios y romanos cultivaron tres de los elementos básicos es toda cocina mediterránea: olivos con los que produjeron aceitunas y aceite de oliva, trigo para el pan y las uvas que eran convertidas en vino.
Las aceitunas y las uvas fueron unos de los alimentos que se extendieron por las diferentes regiones, sobre todo en el mediterráneo occidental y pueblos como los Iberos, Celtas, Griegos, Romanos, Bárbaros y Árabes. Todo esta unión de materiales, dio nacimiento a la actual trinidad de la cocina mediterránea: pan, aceite y vino.
En aquellos tiempo se distinguían dos modelos alimentarios; el clásico-mediterráneo y el bárbaro-mediterráneo. El primero adoptado por los antiguos romanos y el segundo por los pueblos germánicos. Los romanos tomaron como base al pan, el vino y el aceite, convirtiéndolos en símbolos de su cultura, agricultura rural y religión. Su alimentación era rica en diferentes verduras, de esta manera se podían encontrar en las mesas romanas cebollas, puerros, lechuga, zanahoria, espárragos, nabos, col, apio y alcachofas.
En cuestión de frutas contaban con gran variedad de higos, manzanas, peras, cereza, ciruelas, melocotones, albaricoques y sidras. Los frutos secos también eran frecuentes, tanto castañas cómo almendras y nueces; al igual de los quesos de oveja. No eran gran consumidores de carne y su fuente de proteína principal eran los diferentes frutos del mar.
Este estilo de alimentación chocó rápidamente con el estilo de vida de los pueblos germánicos, en especial lo nómadas que habitaban en los bosques y que obtenían su comida de la caza, la pesca, la recolección de frutos silvestres y la ganadería rudimentaria. Criaban cerdos que utilizaban ampliamente en sus recetas, además cultivaban verduras en pequeños jardines.
Los granos que lograban cultivar iban destinados a la elaboración de cerveza. En el momentos que estas dos culturas se cruzaron la fusión de sus cocinas fue inmediata. No obstante, los romanos no quisieron cambiar sus hábitos alimenticios por aquellos que utilizaban los pueblos germánicos.
Sin embargo, los tres ingredientes claves de su cocina comenzaron a exportarse a través de las regiones de Europa continental por órdenes de la iglesia que emigró a dichos lugares con el afán de evangelizar. Aunque el pan, el vino y el aceite eran figuras tutelares de liturgia cristiana, con el tiempo fueron adoptadas por todos los personas comunes de Europa.
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